Los controles establecidos sobre los medicamentos, para garantizar su calidad, seguridad y eficacia, se diluyen progresivamente hasta llegar a difuminarse a medida que se penetra en el proceloso mundo de los "pro- ductos frontera" y de los "productos milagro". La indefinición, las falsas ex- pectativas, la publicidad engañosa y los propios deseos de los usuarios, que quieren disponer de panaceas que les curen milagrosamente, al margen de la realidad científica, hacen que proliferen todo tipo de productos de du- dosa eficacia, que desprestigian a la farmacia y a sus profesionales cuando algunos farmacéuticos poco responsables se implican en la promoción y venta de este tipo de productos.
Las farmacias existen precisamente para velar por la salud pública, para que los farmacéuticos contribuyan al uso racional de los medicamentos y disuadan la proliferación de terapias enga- ñosas. En ocasiones, puede que alguno de esos productos pueda ser bene- ficioso, pero lo cierto es que ninguno de ellos lo ha demostrado ni ha su- perado las pruebas establecidas para autorizar y permitir la puesta en el mercado de un medicamento. Cuando se demuestre que curan —si de verdad lo hacen—, deben ser tratados con todas las cautelas establecidas para los medicamentos. Mientras tanto, debe sometérselos a vigilancia para evitar que puedan soslayar la ley, enriquecer de forma fraudulenta a sus promotores y perjudicar a sus confiados y desinformados usuarios
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